En 1875, el intrépido explorador Augustus Le Plongeon y su esposa, Alice Dixon, desvelaron un tesoro oculto en las selvas del sureste de México durante su búsqueda de conexiones entre la cultura egipcia y la península de Yucatán. Este matrimonio franco-estadounidense se sumergió en las ruinas de la civilización maya, documentando meticulosamente los templos, murales y desenterrando esculturas ancestrales. Aunque sus teorías sobre los egipcios no encontraron respaldo, el descubrimiento más destacado fue una efigie semi-recostada en Chichen Itzá, bautizada como «Chac Mool«, que significa «tigre rojo» en maya. Este hallazgo desencadenó una serie de descubrimientos similares en Mesoamérica, una región cultural que abarca desde México hasta Costa Rica, incitando décadas de estudio y debate entre arqueólogos.
La enigmática figura del Chac Mool, datada entre 600 a.C. y 1500 d.C., ha desconcertado a expertos. Aunque prominente en palacios y pueblos prehispánicos, no se menciona en documentos históricos de culturas como los toltecas, mexicas o mayas. Los arqueólogos Alfredo López Austin y Leonardo López Luján destacan las divergencias en cuanto a su origen, función y representación. Este misterio se acentúa por su presencia en diversas culturas con cosmovisiones del mundo diferentes.
El viaje del Chac Mool a lo largo de los siglos revela una posible migración desde el norte mesoamericano hasta puntos clave como Tula, donde los toltecas influyeron en culturas como los mayas. Aunque comúnmente asociado con los mayas, se sugiere que su influencia proviene del centro de México. Los estudios modernos, respaldados por tecnología avanzada y enfoques multidisciplinarios, buscan dilucidar su función, ofreciendo nuevas perspectivas sobre esta enigmática pieza. Además, el Chac Mool de Pátzcuaro, recientemente descubierto, arroja luz sobre su contexto en la cultura purépecha, prometiendo respuestas más concretas sobre este fascinante enigma del pasado mesoamericano.